“Nos hacen pagar diez ediciones preparadas para Moser”. Jean Francois Bernard estallaba en la meta de Bormio aquel 5 de junio de 1988, congelado, dolorido, resentido con los organizadores. Fue el mismo Francesco Moser, ya retirado, el que le pidió a Vincenzo Torriani que no se corriera aquella etapa. “La correrán. Los ciclistas tienen que dar espectáculo, tienen que sufrir”, le respondió al campeón el patrón del Giro.
Gianni Romeo, periodista de La Stampa de Turín, interpretó muy bien ese infierno. Se puso en la piel de los ciclistas que llegaban a la meta desperdigados, después de dar el espectáculo que pedía el patrón. Lo hizo con una crítica feroz a un colega, Adriano De Zan, el comentarista de la RAI. “Mereció un premio especial. Claramente a gusto, gracias a la previsión meteorológica hizo acopio de jerseys y prendas resistentes al agua, se protegió en el camino a Bormio en coche con la calefacción puesta, y se puso a trabajar en el escenario de la tele mucho mejor que esos pobres tontos que habían decidido salir en bicicleta. Me pregunto por qué, subir al Gavia en bicicleta. Y en la meta, a esos pobres tontos les daban órdenes: quítate esa ropa mojada porque tendremos que hablar durante bastante tiempo, tendrás que quedarte aquí con nosotros. Tendrás que hacerlo. Y finalmente entendimos una verdad que nos quedaba muy cerca: no hay televisión siguiendo el Giro, hay corredores al servicio de la televisión. Esclavos para utilizar, no deportistas para respetar. Incluso el televisor pareció temblar, cuando el estadounidense Hampsten, congelado, fue entrevistado en el plató, y de su boca salieron estallidos en lugar de palabras. Sin embargo, lo mantuvieron allí, contra todas las reglas básicas del sentido común”.
Pero a pesar de estar congelado, Andrew Hampsten, un tipo duro de Dakota del Norte, es feliz. Se han cumplido todas las previsiones, también las meteorológicas, y se ha vestido con la maglia rosa, es el líder. Por la mañana, al salir de Valmalenco, en medio de una tormenta y cuesta abajo, ya estaba contento por llevar el jersey azul de la combinada. “los maillots del Giro son de lana, dan calor”.
Pero la clave estuvo en la salida. Hampsten corre en el Seven Eleven, un equipo estadounidense patrocinado por la cadena de tiendas más popular de aquel país. No hay partes meteorológicos claros o Torriani los oculta para evitar un motín, pero en la salida sólo se habla de lluvia. Los responsables del equipo, Mike Neel y Jim Ochowitz buscan el teléfono de un restaurante en la cima del Gavia y llaman. Les hablan de temperaturas bajísimas y tormentas de nieve. Se lanzan a las tiendas de deportes para comprar ropa de esquí y guantes para sus corredores. Son los únicos que lo hacen.
Sale la etapa, en la que Franco Chioccioli es el líder, con 33 segundos sobre Zimmerman y 55 sobre Visentini. Con la carrera en marcha, las primeras imágenes de televisión muestran la nieve en el Gavia, pero ya no se para. Hampsten lo resumiría años después, en sintonía con aquella crónica apresurada de Gianni Romeo: “La etapa podía explotar el Giro internacionalmente. Las difíciles etapas de Gavia y Stelvio fueron incluidas en el Giro de ese año debido a la caída de los intereses televisivos y publicitarios en los anteriores. Había muy pocas posibilidades de que los organizadores de la carrera cancelaran esa etapa”.
En Aprica los ciclistas están empapados. Hampsten habla con su gregario, Bob Roll, y le dice: “Este será probablemente el día más difícil en bicicleta de nuestras vidas”. Los ciclistas del Seven Eleven se han dado lanolina por todo el cuerpo, no sólo en las piernas. Andy se ha puesto guantes de neopreno. Los italianos le piden que vaya “piano, piano”, algunos empiezan a amenazar con bajarse. El Del Tongo, el equipo de Chioccioli pone el ritmo, mera supervivencia según los testigos.
Pero salta Johan Van Der Velde, líder de la montaña del Giro. En manga corta, culotte corto y sin guantes. Va alcanzando a varios componentes de una escapada anterior, que parecen sombras en la carretera. Hampsten se mantiene abrigado. Desde el coche del equipo le proporcionan té caliente. En Ponte di Legno empieza la subida al Gavia. Algunos ciclistas ven la cara de determinación del estadounidense. “Hola Andy. No vas a atacar, ¿verdad?”, le dicen al ponerse a su altura. No hay respuesta. Al final se hace la selección por el ritmo del Seven Eleven. A Hampsten le aguantan Chioccioli, Zimmerman, Eric Breukink, Bernard y Perico Delgado. Finalmente, Andy se va. Sólo tiene delante a Van de Velde, a cuatro grados bajo cero y en manga corta, una temeridad para el descenso. Cuando llega a la cima grita de dolor, de frío, parece enloquecido mientras los auxiliares de su equipo le ponen un gorro de lana, una chaqueta y un chubasquero.
El Seven Eleven espera en la cima con bolsas de agua caliente y té. Es el único equipo que lo ha previsto. Quedan quince kilómetros hasta la meta de Bormio, y ese descenso se convertirá en un infierno. Van Der Velde, el primero en el paso de montaña, empieza a descender pero al de unos cientos de metros se da la vuelta y trata de regresar a la cima, al coche de su equipo. llegará a la meta con tres cuartos de hora de retraso, congelado, a punto del desmayo. Algunos ciclistas se paran en la carretera y lloran de frío. Otros se meten en los coches de los aficionados que les dan bebidas de sus termos.
Erik Breukink, que persigue a Hampsten, lleva calentadores de brazos y cubrebotas y sufre bastante, pero está muy cerca de Andy. Los dos pasan junto a un mecánico del equipo Carrera que camina por medio de la carretera con un par de ruedas. Cree que la etapa ha sido suspendida. Por allí ni siquiera han pasado coches del Giro. A esas alturas de la etapa, los corredores bajan de sus bicicletas y empiezan a correr por la cuneta para entrar en calor, otros descienden a poquísima velocidad. Sólo Hampsten y Breukink parecen disputar algo. El holandés alcanza al estadounidense y le supera. Coge unos metros que su rival ya no podría limar. Llega a la meta y levanta los brazos. Siete segundos después lo hace Hampsten, que es el nuevo líder. Tomassini llegará tercero, a 4,39. Giupponi y Giovannetti a 4.55 y 4.58 respectivamente. Zimmerman, a 5.05 y Chioccioli, todavía vestido de rosa, a 5.08, Pedro Delgado, con las manos congeladas, entra a más de siete minutos.
Hamspten está a punto de desmayarse en la meta, su compañero Bob Roll, que se paró en el camino para correr y entrar en calor, tiene que recibir un masaje improvisado por los espectadores en la meta, para revivir y poder entrar en el coche de su equipo. Como había comentado con Hampsten en la salida, fue el día más duro de sus vidas subidos a una bicicleta.
43 minutos después de Erik Breukink, su compatriota Johan Van Del Velde, primero en la cima del Gavia, llegaba destrozado a Bormio, sólo 15 kilómetros más allá. El infierno cayó sobre su cabeza.
