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VUELTA 1997

La fuerza centrífuga sí existe

SEGUNDA ETAPA: EVORA-VILAMOURA / 225 Km.

Marcel Wust gana la segunda etapa de la Vuelta en Vilamoura.

JON RIVAS | ENVIADO ESPECIAL

VILAMOURA (PORTUGAL). Los profesores de Física suelen decepcionar a sus alumnos cuando les desmontan una creencia profunda. «La fuerza centrífuga no existe», dicen. Se trata, lógicamente, del tratamiento de choque que utilizan para llamar la atención de los universitarios -porque esa explicación se deja para los estudios superiores-, e impartirles a continuación la lección correspondiente a las fuerzas centrífugas, centrípetas, aceleraciones de Coriolis y todo eso que se estudia en las carreras de ciencias.

Pero en las otras carreras, las de bicicletas, sí que existe la fuerza centrífuga. Y si no, que le pregunten al líder, a Michaelsen. Le va alguno diciendo que la fuerza centrífuga es una entelequia y le suelta un mamporro. Porque ayer la sufrió en sus carnes. Iba a mil por hora por las calles de Vilamoura para conseguir lo mismo que el primer día, es decir, ganar, cuando se encontró de golpe con la última curva. Lo de de golpe es literal, porque se le olvidó tocar el freno y allá que se fue contra la valla. La fuerza centrífuga sí existe y Michaelsen, con lo adelantados que están en Dinamarca, sin enterarse.

Tampoco conocían esa curiosidad otro puñado de corredores que viajaba delante. Anda que si lo llegan a saber se van a ir al suelo. Lo que hace el tener estudios. Cualquier alumno de Física en la universidad hubiera tomado la curva mucho mejor. Sabiendo que la fuerza centrífuga no existe se curvea con más seguridad.

Igual Marcel Wust ha ido a la universidad, porque él sí que tomó bien la última curva. Afortunadamente, Olano y el resto de los favoritos también sabían algo del tema, porque atravesaron incólumes la línea de llegada. No con el trasero dolorido como el líder Michaelsen, que entró con la bicicleta en la mano, la camiseta amarilla rasgada y la desazón en el cuerpo.

Lo de la fuerza centrífuga y la última curva fue el suceso más destacado de una etapa que quiso alegrar Jacky Durand con una escapada que se prometía feliz en el kilómetro 74, por el que pasó con una ventaja superior a los 15 minutos. Claro que entre Evora y Vilamoura hay 225 por el camino más corto, así que le faltaban muchos para llegar a la meta.

Entre el viento que pegaba de cara, el calor que ahogaba y los chicos de varios equipos, entre ellos el Lotus, que tenían interés en que todo quedara en nada, Durand fue viendo cómo bajaba la diferencia, hasta reducirse a esa nada que ansiaban los especialistas del sprint.

Quedaban todavía varias bonificaciones y a su caza se lanzó Jalabert como una centella. Un segundo aquí, otro allá, el francés quiere acumular un capitalito que le sirva como colchón cuando lleguen las etapas que no le son propicias, contrarreloj sobre todo. El primer día también lo hizo, además de varias demostraciones en la ascensión al último puerto. Ayer no hubo ocasión de lucimiento en ningún repecho, porque el recorrido era liso como una tabla, pero el presunto líder de la ONCE se dejó ver por el qué dirán.

Todo muy normal hasta el final. Hasta el sobresalto que dio en el suelo con los huesos del líder Michaelsen, el francés Bessy, el italiano Balduci y alguno más que se levantó pronto. La caída fue delante. Con un pelotón tan numeroso cualquier lugar es peligroso: «Salvé la caída por poco. Hay que andar con cuidado», dijo Olano. Todavía quedan algunas jornadas así. Los que quieran ganar deben andar con precaución.

Hoy la carrera entra en España. En la tercera etapa entre Loule y Huelva, de 173 kilómetros, el viento o una caída pueden perturbar la tranquilidad del pelotón, pero si la fuerza centrífuga no lo impide en la última curva, serán los de siempre quienes intenten la victoria al sprint. Es posible que el maltrecho Michaelsen no, pero seguro que Wust trata de igualar su marca de 1995, cuando venció en tres jornadas.

 

Cipollini aguantó una etapa


El rey león sólo aguantó un asalto. Ayer marchó a Lisboa, cogió un avión y se fue a casa. A contarle las penas a su mujer, arrullar a su hija, que nació durante el Giro, y darle de comer a su papagayo que grita «¡Jalabert!» cada vez que ponen ciclismo por la televisión. El ciclista italiano, rey de la velocidad en los últimos metros, se ha retirado de la Vuelta sin poner el pie en territorio español. Paradojas de la vida. Ni siquiera llegó a ponerse el casco que utiliza únicamente en los kilómetros finales cuando debe disputar una llegada. El único día de su participación en la Vuelta quedó descolgado mucho antes de que pudiera pensar en el sprint y en la chichonera. Llegó a la salida lisboeta con ganas de hacer algo que pocos han conseguido: vestir el maillot amarillo de líder de la Vuelta y conseguir el récord de ser primero, al menos durante unos días, de las tres grandes carreras por etapas en el mismo año. Estaba preparado y con ganas. Se había traído la bicicleta amarilla y el culotte a juego con la camiseta de líder. Pero en la primera etapa perdió más de 12 minutos y se acabó. Ya no iba a tener opciones de cumplir con sus objetivos. Oficialmente, el corredor toscano está enfermo. Según el director del Saeco, Claudio Corti, tenía fiebre y pasó una mala noche con náuseas y vómitos. Pensaban que podría recuperarse para, al menos, luchar en las llegadas masivas por los triunfos de etapa, pero los rectores del equipo, según sus propias palabras, se tuvieron que «rendir a la evidencia». Ahora el Saeco tendrá que plantearse otros objetivos porque el gallo se les acatarró y no canta. Está en su casa de Luca, tal vez pidiendo precio por el leopardo que ya quiso adqurir hace alrededor de dos meses. Cipollini se va con la única multa que ha impuesto hasta ahora el jurado de la Vuelta: 100 francos suizos por lucir el culotte de las barras y las estrellas, diferente, según los jueces al del resto del equipo y a la uniformidad que establece el reglamento.

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