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EL TOUR 2016

«Tenía que llegar con o sin bici»

DECIMOSEGUNDA ETAPA / MONTPELLIER – MONT VENTOUX / 178 KMS.

Chris Froome corre a pie después de romper su bicicleta en el Mont Ventoux.

JON RIVAS / Enviado especial / Vaison-la-Romaine

Quien creía que lo había visto todo en el ciclismo, ayer descubrió que no; que todavía le faltaba por ver algo más. A un líder, vestido de amarillo, corriendo cuesta arriba durante más de 100 metros ante el estupor de los aficionados que no sabían cómo reaccionar. Como si fuese un boxeador sonado, que hubiera recibido un golpe brutal, se vio a un Froome desorientado, desconcertado, como si no supiera qué hacer. Confesó después lo que pensó en aquel instante. «Si no tengo bici, tengo que llegar como sea, con o sin ella».

Era un momento de soledad y pánico, como apuntaba un director rival. «A veces hay que tomarse la vida con más calma», reflexionaba Dave Brailsford, el patrón del Sky, que además bromeaba sobre Froome: «El año que viene igual corre la maratón de París».

Fue una situación inesperada. En ningún caso un ciclista abandona su bicicleta y se va a pie hacia la meta. Froome siempre sorprende, y lo hizo, aunque los jueces decidieron finalmente borrar lo que sucedió en un escenario caótico. Desde su despacho de la oficina permanente decidieron regresar a la casilla de salida, a la normalidad de una carrera en la que Nairo Quintana perdía comba después del ataque furioso de Froome, respaldado por Richie Porte y Bauke Mollema, los tres protagonistas del incidente, engullidos por el gentío que desbordaba las cunetas.

Se juntaron todas las circunstancias desfavorables para que hubiera más aficionados que nunca en esos kilómetros finales. El miércoles a mediodía se cerró el acceso de vehículos al Mont Ventoux, así que quienes querían ver el final de etapa en los kilómetros descarnados del monte, ya estaban acampados allí desde antes de que la organización decidiera suprimir los últimos seis kilómetros de ascensión hasta la cima.

Por fuerza, esos miles de aficionados tuvieron que aglomerarse en un espacio mucho más reducido. Los kilómetros finales se convirtieron en un caos. El pasillo por el que debían circular ciclistas y seguidores era más estrecho que nunca, y además no había vallas para contener al público. «No se pudieron poner por culpa del viento», se justificaba Christian Prudhomme, el director del Tour. «Los jueces han tomado una decisión excepcional ante un incidente excepcional».

Faltaban dos kilómetros para la meta. El belga De Gent, que había distanciado a su compatriota Pauwels y al español Dani Navarro, celebraba su victoria en la línea de llegada, agotado y exultante a partes iguales. Por detrás, Froome explotaba las debilidades de Nairo Quintana, más vulnerable que nunca, al que también habían puesto en evidencia Porte y Mollema. El cerco del público se estrechaba. En un instante llegó el caos. Una moto de televisión frenó de golpe: Porte, que iba lanzado, chocó contra ella. Detrás, Froome se fue al suelo. Mollema le cayó encima y otra motocicleta que llegaba por detrás le rompió la bicicleta. Mientras Mollema se rehacía rápido y Porte colocaba la cadena de su bicicleta, Froome se dio cuenta de que la suya estaba rota. Apretó el botón del micrófono y habló con el coche del equipo Sky. Estaba a cinco minutos de allí. Entró en estado de shock. Cogió su montura y empezó a correr cuesta arriba, pero a 50 metros del lugar del incidente dejó la máquina junto a una moto y siguió a pie, corriendo lo que podía con las zapatillas de tacos para acoplarse al pedal.

Tal vez en un momento de lucidez decidió parar, 100 metros más allá. Junto a un gendarme que le miraba de arriba a abajo, sorprendido por su aparición. Llegó entonces el coche neutro, con varias bicicletas amarillas que parecían de juguete. Tienen un problema: casi nunca aciertan con los pedales adecuados. Durante otro centenar de metros, Froome parecía ir montado en la bicicleta de un tiovivo. Todo muy cómico, en la mejor carrera del mundo.

Froome llegó ofuscado, por detrás de todos sus rivales, pensando que tal vez en ese incidente había perdido parte de sus posibilidades de ganar el Tour. Pero los jueces dijeron otra cosa. Nairo Quintana estaba desconcertado: «Pienso que la mala organización, entre las motos y los espectadores, tienen la culpa de todo. Debemos mejorar todos». Mollema también se mostró molesto: «¿Qué pasa? Parece que todo el mundo obtiene bonos de tiempo. Me pregunto qué habría pasado si sólo me hubiera caído yo».

«Se ha sentado un precedente», dice José Luis Arrieta, director del Movistar. «Me llamaron para pedir opinión. Dijeron que igualarían los tiempos. Yo no tengo que decidir esas cosas, para eso están ellos. Otras veces se han producido problemas similares y no han hecho lo mismo. Está bien el fair play, pero siempre y para todos».

La antología del disparate

VAISON-LA-ROMAINE. El reglamento del Tour se ha dulcificado. Los ciclistas van más rápidos que hace un siglo pero pasan menos penalidades. Nadie tiene que hacer como Eugéne Christophe, que en 1913 rompió el cuadro de su bicicleta en un bache y tuvo que descender 14 kilómetros desde el Tourmalet hasta Sainte Marie de Campan para buscar una herrería y arreglar personalmente su máquina. Tardó más de dos horas en el descenso y otras dos en la forja. Los jueces, que fueron testigos de la reparación, le sancionaron con 10 minutos más porque un niño le acercó un fuelle para avivar el fuego. El mismo Christophe, que fue el primer ciclista en vestir el maillot amarillo, rompió de nuevo su máquina en 1921, en el descenso del Galibier, y tuvo que tomar prestada la bicicleta de paseo del cura de Valloire. En 1934, la imagen del Tour fue la de René Vietto llorando desconsolado en la cuneta. Le avisaron, en el descenso del Aspet, que su líder, Antonin Magne, que iba por detrás, había roto su bicicleta. Vietto se dio la vuelta y recorrió varios kilómetros en dirección contraria para entregarle su máquina. Cuando llegaron las asistencias para él, ya había perdido su oportunidad de ganar la etapa. Eran otros tiempos, pero el estrés de la competición también ha propiciado momentos chuscos en los últimos años. En 2015 se produjeron dos. Durante el Giro de Italia, Richie Porte, uno de los implicados en el incidente de ayer, fue sancionado con dos minutos por aceptar la rueda de su compatriota Simon Clarke, después de una avería. El reglamento prevé que en esos casos se puede cambiar rueda o bicicleta de un compañero de equipo, pero no de un rival. Aunque sea un colega. Porte lo desveló involuntariamente en Twitter cuando escribió: "Si esto no es una amistad entre australianos ¿qué es si no? He pinchado y Clarke me dio su rueda delantera, te debo una cerveza". Un argentino, Eduardo Sepúlveda, que corre por segunda vez el Tour este año, fue expulsado del pasado por montar en un coche, aunque lo hizo sin mala intención. Se le rompió la cadena en el ascenso a un puerto, vio pasar el coche de su equipo, el Bretagne, y se subió al del Ag2R para recorrer 100 metros y poder cambiar de bicicleta. Por el mismo motivo, subir a un vehículo, pero en 1904, fueron descalificados 12 ciclistas, entre ellos los cuatro primeros de la clasificación general, incluido Maurice Garin, el vencedor del primer Tour de Francia. En esa ocasión no fue un coche. Tomaron un tren para recorrer varias etapas.

 

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