JON RIVAS / Enviado especial / Culoz
Algunos ciclistas todavía dan entrevistas desde la camilla de masaje; algunos periodistas todavía entienden la profesión a la antigua. Como los de L´Equipe, que viajan con chófer, el mismo que les sujeta la grabadora junto a la oreja mientras, a la vez, transcriben la entrevista al ciclista de la camilla y toman el primer plato de la cena. Un manos libres humano.
Unos pocos franceses y algún italiano conservan el privilegio de tener conductor, que se fía más de la guía Michelín que del navegador, pero todo eso se está acabando con el Periscope y las cadenas hosteleras, como Buffalo Grill, que aseguran la cena hasta medianoche y los mismos platos en cada ciudad. Ya no se estila una vida de reportero bohemio como la de Antoine Blondin, que escribía magníficas crónicas en el único mes en el que, decía, era feliz del todo.
Al menos, aunque las cosas cambian, todavía nadie busca pokemons en el Tour, salvo tal vez Froome, que siempre mira el pulsómetro, como los enfermos del jueguecillo infernal su móvil. Disfruta a su manera, con esa pedalada descoyuntada que nadie se atreve a imitar para evitar contracturas indeseadas.
Mucho más elegante es Alejandro Valverde, que está en el Tour para disfrutar. Curiosa reflexión la suya, aunque luego matiza y la coloca entre esas comillas imaginarias que se hacen juntando los dedos índice y corazón y haciendo flexiones con ellos un par de veces. Pero parece que sí, porque Valverde es un ciclista especial, que corrió el Giro también para disfrutar, porque era la primera vez y acudió con la ilusión de un chaval, y acabó en el podio.
Y llegó al Tour para ayudar a Nairo Quintana, como capitán de ruta, un trabajo complicado, pero ahí sigue, disfrutando, como quien se toma una caipirinha en la tumbona, al borde del mar en una playa de la Costa Cálida murciana. Tal vez porque los ciclistas tienen un toque masoquista. Son capaces, como Valverde, de pegarse una paliza y subir un puerto como el Grand Colombier dos veces, además de un par más, llegar a la puerta de su autobús y pararse a hablar con los periodistas como quien charla en la cola de la panadería con el vecino de adosado, más fresco que una lechuga.
Valverde está fresco, y Froome no digamos. También disfruta a su aire, porque ya avisa el español que hace cosas raras sobre la bicicleta, pero que las puede hacer porque «es el capo, y un capo puede hacer lo que quiera». Y lo que quiere el keniano es poner en fila a sus pretorianos y hacer sufrir a todos los demás. Y Poels disfruta de lo lindo desarrollando un ritmo imposible; como Mikel Nieve, aunque el navarro disfruta menos cuando se cae en la bajada. Disfrutan sufriendo y poniendo al límite a sus rivales, y cometándolo después, mientras, en el descenso, analizan la jugada y se toman un último gel energético.
Así que Nairo Quintana tiene que limitarse a hacer un Rajoy, otro más, y esperar que Froome se desmorone, aunque no da la sensación, ni ofrece síntomas. «Se moverá cuando tenga ocasión», dice José Luis Arrieta, su director, así que se puede esperar de todo, desde un vendaval en los Alpes hasta que Nairo se convierta en una estatua de sal de tanto esperar, aunque sea fácil decirlo cuando se ve la jugada a través de un plasma.
Sólo Valverde, que disfruta, y no tiene presión, pero que se encuentra igual de bien que en el Giro, salió a probar a los hombres de negro. Aprovechó la estela de Fabio Aru, pero no hubo manera, porque el Sky es una máquina de picar carne, y el asfalto se pegaba a las ruedas, o eso le pareció al español, que miraba a su líder y sólo encontraba un rostro pétreo, que no emocionaba en Colombia tanto como la hazaña de Jarlinson Pantano, que alcanzó a Rafal Majka en el último descenso y lo superó en la línea de llegada para conseguir la primera victoria de su país en esta edición. «Tenía esta etapa en mi cabeza desde el primer día, vine al Tour pensando en ella»
La celebró dedicándosela a Dios y su familia y saludando por teléfono a Juan Manuel Santos, el presidente de Colombia, mientras el guarda de seguridad le quería echar de la zona mixta porque llegaba Froome, que es el capo de la carrera. «Y un capo hace lo que quiere», como dice Valverde, que sigue disfrutando. Por mucho que Nairo empiece a pensar que el ritmo que Wouter Poels les pone a los aspirantes es imposible de descifrar. Una conclusión desesperante para un candidato.
