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Muere el hombre del bigote

OBITUARIO DE JAUME MIR


«¡Jaume, una camiseta!”, y Jaume Mir se asomaba sonriente por la ventanilla de uno de los estrambóticos vehículos de la caravana publicitaria del Tour, y lanzaba un puñado de camisetas. De Bic, de Festina, de lo que fuera. Con ochenta años todavía seguía al pie del cañón, en las carreras ciclistas, en las que comenzó en 1959, cuando era taxista, los periodistas no tenían carné de conducir, y El Mundo Deportivo le contrató para hacer de chofer de sus enviados especiales al Tour, Joan Plans y Ramón Torres, a bordo de un Seat 600. Le llamaban Taxi Key.

Se hizo popular enseguida, haciendo de chico para todo. Se adaptó como un guante al ciclismo, y el ciclismo se adaptó a él. Se convirtió en poco tiempo en un hombre anuncio. Durante el Tour se fijó en que Anquetil, cada vez que tenía que subir al podio, se metía en una roulotte con su mujer y se acicalaba para salir guapo en la foto. Pensó que en las carreras españolas, donde el ganador recibía el premio lleno de barro, o del polvo del camino, deberían ir por esa senda. Lo consiguió.

Como logró también que su imagen, con el gran bigote negro que gastaba, se hiciera tan popular como la de los ciclistas. No había foto de Luis Ocaña en cualquier meta de cualquier carrera, en la que Jaume Mir no saliera a su lado, con el maillot del equipo Bic, que les patrocinaba a los dos. ¿Quién es ese del bigote y las gafas de sol que sale siempre?, se preguntaba la gente de a pie, que veía los directos de la televisión francesa a través de Eurovisión, o los resúmenes de la Vuelta a España. Cuando Ocaña corría, iba en solitario, o rodeado de los demás ciclistas del pelotón. Cuando ponía pie a tierra, Jaume Mir era su sombra.

Y la de otros muchos ciclistas, del Kas, del Teka, del Festina. Les limpiaba el rostro, les gritaba para que abrieran los brazos y se leyera bien el logotipo del patrocinador, que era el que pagaba. Así, durante cincuenta Vueltas a España, o 26 Tours de Francia, y cientos de carreras más. Si aparecía una cámara para entrevistar, allí estaba Jaume Mir, marcando logotipo. Si se presentaba Charles De Gaulle, asomaba su bigote para entregar un maillot del Bic al general adorado por Francia. Si el ganador no era de su equipo, le acercaba una toalla, se ponía a su lado y en las imágenes de televisión y las fotografías, aparecía el maillot que Jaume quería.

Cuando no había carreras, Jaume Mir hacía cine, casi 150 películas. Contaba con gracia, cómo había muerto, de todas las formas posibles, en decenas de películas del Oeste, los espaguetti western que se rodaban en España. Comenzó a través de una película de ciclismo, “Las piernas de la serpiente” (1970), en la que Joan Xiol, el director, le pidió consejo. Además, le propuso actuar en algunas escenas. Fue el comienzo de una carrera de 25 años en el cine, casi siempre en películas de serie B, bajo el nombre artístico de Mir Ferri. Cuenta, en un libro biográficos escrito junto a Ivan Vega que. “la clave era saber montar a caballo y, sobre todo, saber caerse del caballo, cada caída se pagaba muy bien y además un italiano me explicó el truco: si caías fuera de plano había que repetir la escena y cobrabas dos veces”. Su actuación más sonada llegó en El jovencito Drácula (1975), donde hizo uno de los papeles protagonistas. También entró en el circuito del cine erótico español, y en las películas más populares en la época del humor chabacano y taquillero de los hermanos Calatrava, o Pajares y Esteso (Los Bingueros). O en las de denuncia social: El Vaquilla, La Ciutat Cremada o Perrois Callejeros.

Pero el ciclismo era su vida. Siguió hasta su jubilación en las agotadoras caravanas publicitarias del Tour o la Vuelta. Le atrapó el caso Festina, en 1998, cuando trabajaba para la empresa que patrocinaba a uno de los equipos. Yo le conocía de toda la vida, claro, pero me lo presentaron en una Vuelta a España que pasó unos días a Mallorca. Allí entablé conversación con él y con  Mascaró, un antiguo ciclista que ejercía entonces de taxista, y que nos llevó sin cobrar a un restaurante de la isla. Desde entonces, nuestra relación fue tan cordial como la que tenía con todos los componentes del pelotón. Tenía ya más de setenta años y aún intentaba ligar con quienes se pusieran a tiro, sin discriminar edades. Era un fenómeno.

Jaume Mir, que vivió casi toda su vida en Sitges, falleció ayer en Barcelona a los 90 años.

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