La Gazzeta dello Sport, el periódico organizador del Giro de Italia, insertó días antes de la carrera de 1924, los nombres de los participantes. Con el dorsal número 72 figuraba Alfonsin Strada. Los demás periódicos reprodujeron esa lista, añadiendo al nombre una “o” final, creyendo que se trataba de una errata del diario de color rosa, así que se convirtió en Alfonsino Strada. Pero no era una errata sino un olvido voluntario, Los organizadores querían dar un golpe de efecto, que sólo se reveló en el último instante, el día anterior al comienzo. No era Alfonsino, sino Alfonsina, una mujer, de nombre Alfonsina Morini; Strada por matrimonio. La primera en la historia del Giro, y la única desde entonces.
Las mujeres montaban en bicicleta, y competían pero sólo en los velódromos. Ninguna mujer había tenido el atrevimiento de presentarse en una carrera por etapas, en medio de un pelotón de hombres. Posiblemente, Alfonsina no hubiera tenido éxito cualquier otro año, pero en 1924 el Giro sufría una crisis de patrocinadores y de ciclistas. Había perdido por cuestiones económicas a Constante Girardengo y a Giovanni Brunero, dos de las grandes figuras italianas, así que Emilio Colombo, el director de La Gazzeta y Armando Cougnet, responsable de la carrera, permitieron la inscripción de Alfonsina Strada entre los 90 ciclistas de aquella edición, como otra forma de alimentar el espectáculo.
Alfonsina era la segunda de los diez hijos de un matrimonio muy humilde de campesinos, nacida en una granja de nombre Fossamarcia, cerca de Bolonia. No parecía tener porvenir aquella chica de piernas poderosas, pero también poseía una voluntad de acero. Nació en 1891, cuando la mujer estaba sometida a la voluntad del hombre, sobre todo en el ámbito rural, y se convirtió, sin ser reconocida entonces, en un gran ejemplo de emancipación femenina. Cuando tenía 13 años, su padre le cambió a un médico varias gallinas por una vieja bicicleta y ella comenzó a correr, a competir con los chicos. En su casa le llamaban “la loca”, porque competía en igualdad de condiciones con los hombres, incluso vestida con una ropa que se consideraba indecente: pantalones cortos y camisetas ajustadas. Como las de ellos.
Sus padres seguían sin comprenderla. No lo hicieron ni siquiera cuando regresó a casa con su primer premio en una carrera: un cerdo vivo. Pero ella siguió. Con 16 años se atrevió a viajar a Rusia con otro ciclista, Carlo Messori, invitado a correr el Gran Premio de San Petersburgo. Pero fue Alfonsina la que causó sensación, incluso al Zar Nicolás II, que le premió con una medalla por su participación. Con 20 años, estableció en Moncalieri el récord femenino de la hora, con 37,192 kilómetros, que nadie se preocupó de homologar.
Cuando por fin fue admitida para correr el Giro, Alfonsina tenía ya 32 años. Los organizadores pensaban que duraría sólo una etapa, de aquellas épicas jornadas de 400 kilómetros en las que cada día se iban diez ciclistas como mínimo, pero Alfonsina resistió. Corría 21 horas en cada etapa, llegaba al hotel y tenía que esperar a que los demás corredores se metieran en la cama para poder darse un baño. Se remendaba los neumáticos pinchados con aguja e hilo; se cayó varias veces y corrió la segunda parte del Giro con la rodilla hinchada. En la etapa con final en Perugia se le rompió el manillar y tuvo que reemplazarlo por el mango de una escoba que le dejó un campesino. Cuando llegó a la meta, cuatro horas después del vencedor de la etapa, estaba fuera de control. Sin embargo el jurado le readmitió porque su caso era excepcional. Para entonces, La Gazzeta vendía miles de ejemplares. Se había convertido en la heroína del Giro.
A su llegada a Bolonia fue rodeada por decenas de jóvenes que se propasaron con sus “atenciones”. Un periodista anotó su frase más famosa de aquellos días: “Chicos, tóquenme lo que quieran, pero no toquen la bicicleta”.
A Milán, donde acabó la carrera, llegaron 33 corredores, y después de 3.613 kilómetros, dejó por detrás a dos hombres. Acabó en el puesto 31, a 28 horas de Giuseppe Enrici, el vencedor. Pero había ganado más dinero que nadie: 50.000 liras. Una fortuna. Las 500 liras que recaudaron sus admiradores en L´Aquila, las envió de forma misteriosa a dos direcciones. Años después se reveló el misterio. La mitad del dinero había ido a parar a un manicomio de Milán en el que su marido llevaba dos años ingresado; la otra mitad, para pagar los gastos del colegio de monjas de la hija de una de sus hermanas que había emigrado a Francia. “Por eso quise correr el Giro”, le desveló a un periodista. “Si no, ¿qué iba a hacer, meterme puta?”
Después del Giro, al que no le invitaron más, fue contratada por numerosos velódromos de Italia y de otros países y a espectáculos de variedades en los circos.
Con sesenta años, después de la muerte de su segundo marido, se compró una moto de 500cc con la que acudía a las salidas de las carreras ciclistas para saludar a los viejos amigos. Sin embargo, cada vez le quedaban menos. El 13 de septiembre regresó de los Tres Valles Varesinos porque no había encontrado a ningún conocido. La moto se le paró frente a su casa. Intentó arrancarla varias veces, pero con el esfuerzo sufrió un infarto que la mató. Murió sobre su máquina a los 68 años.
