OYONNAX / LE GRAND BORNAND (150,8 Kms.)
GANADOR: DYLAN TEUNS LÍDER: TADEJ POGACAR
Deja a sus compañeros de los últimos metros que se adelanten un par de pedaladas, entra en la meta agotado, mojado, con los músculos entumecidos después de cuatro puertos, de subir y bajar la Colombiére con un piso húmedo y resbaladizo, y sonríe el muy canalla. Como si todo fuera un juego de niños, una diversión, como si no fuera destruyendo todo lo que hay a su alrededor; como si se sintiera un estudiante de viaje de estudios en Mallorca al salir del confinamiento en el hotel Bellver. Llega a la meta y sonríe el muy canalla. Bebe agua y alguna bebida isotónica, y todavía mojado, empapado más bien, por la lluvia, las salpicaduras de las ruedas y el propio sudor, se sienta en el rodillo para hacer unas pedaladas sin siquiera ponerse ropa de abrigo, sin secarse, como si para él no hubiera un mañana, que no lo hay, porque basta con mirar su carnet de identidad, comprobar su edad y saber por qué sonríe el muy canalla.
Si sigue así va a jubilar a todos los veteranos, a todos los que hasta hace muy poco optaban al maillot del más joven, y a los de su propia generación. De momento ya les ha dado el pasaporte a Primoz Roglic, su amigo, rival y compatriota y a Geraint Thomas, que no era amigo ni compatriota, sino sólo rival, y a unos cuántos más que fueron llegando a Le Grand Bornand como almas en pena. ¿Qué puede pensar Richard Carapaz? Es un reputado escalador, un gran ciclista que ya ha ganado el Giro y ha sido segundo en la Vuelta a España, y de repente sale a su rueda en La Colombiére, uno de esos puertarracos, como decía mi amigo Josu Garai, que salen en los almanaques ciclistas, en todas las historias de los Alpes, y después de un rato, no puede aguantar la rueda y se va quedando detrás, como si el tubular de Pogacar desprendiera loctite y los de los otros ciclistas se fueran pegando al asfalto.
Sonríe el muy canalla como si acabara de cometer una travesura, o como si esperara el premio del leoncito de peluche del Credit Lyonnais. El año pasado sólo se llevó dos, y de aquí a que se retire podría poner una tómbola con los que consiga en este Tour y en los siguientes: ¿Cuántos cartones nos quedan, secretario? Qué alegría, qué alboroto, otro leoncito piloto. Dice que su ídolo es Indurain, pero Miguel no sonreía, ponía un rostro de piedra bajo las gafas de sol, aunque sí que recuerda en algunos detalles al navarro, o recordó camino de Le Gran Bornand, porque arranca con fuerza, algo que no hacía el divino Indurain, pero cuando coge el ritmo lo mantiene sin alterarse, y los que intentan perseguirlo se derriten en su propio sudor y en la impotencia.
«Por la mañana no estaba en nuestros planes dar un vuelco en la general. Más bien, tomamos la salida a la expectativa. El inicio de la etapa fue muy duro y caótico; incluso llegué a meterme en una escapada. Me va muy bien esta meteorología y antes de llegar a los puertos finales dije a mis compañeros que íbamos a intentar romper la carrera porque todo el mundo iba cerca de su límite. [Davide] Formolo, Rui [Costa] y Brandon [McNulty] hicieron un gran trabajo para preparar mi ataque. Lo lancé cuando sentí que era el momento porque los Ineos no transmitían buenas sensaciones. Estoy muy feliz».
Pogacar corre como los campones de antaño, como dicen que corría Bartali, o Coppi, o Gaul, o Bahamontes, a los que no se les veía por televisión, y cimentaban su leyenda al albur de las crónicas periodísticas o las narraciones radiofónicas, porque Iñigo Markinez es un narrador fantástico de las grandes pruebas por etapas, pero tiene que ceñirse a la realidad, porque todo el mundo está viendo lo que él está contando, sea una carrera o una bolsa de patatas fritas, pero los narradores de antaño tenían permiso para soñar, para fabular y convertir en gestas lo que tal vez no lo eran. Recuerden a Mario Ferretti, el gran locutor fascista de los años de Bartali, que tuvo que dejar el micrófono al acabar la guerra, pero se reenganchó a finales de los años cuarenta, para cantar las hazañas del otro gran ídolo de la afición italiana. «Un uomo solo è al comando. la sua maglia è biancoceleste, il suo nome è Fausto Coppi«, y enardecer a las masas como lo había hecho en tiempos de Mussolini.
A Ferretti le perdonaron su afiliación política, pero no su adulterio, que estaba penado en Italia, y tuvo que huir a Suramérica para no ser encarcelado. Su amigo Coppi no. ¿Quién iba a juzgar al campeonísimo pese a sus amores adúlteros con Giuli Occhini, apodada la dama bianca?. Ella sí fue juzgada por ese delito y condenada a un mes de cárcel y un año de arresto domiciliario. A Fausto sólo le retiraron el pasaporte. Luego se casaron en México. Coppi, dicen, corría como esos campeones legendarios, lo que quiere ser Pogacar. Queda mucho Tour, una frase que es un tópico, pero ¿quién está en condiciones de toser a Pogacar, o, como en el caso de Coppi, juzgar sus acciones?, ¿quién se atreve a atacar al nuevo líder al ver cómo sonríe el muy canalla?
