Cuando los emperadores romanos, o sus generales, regresaban de una campaña bélica victoriosa, se organizaba un gran desfile en la capital, en la que le acompañaban sus tropas, se hacía desfilar también a los esclavos y cautivos que las legiones habían obtenido, y los carros con el botín de las batallas. Viajaban en el séquito los cabecillas de los pueblos derrotados, a quienes, según el talante del vencedor, se ajusticiaba o perdonaba al final de la exhibición, que presidía el emperador, o el general victorioso, montado en una cuadriga, con un esclavo detrás, que sujetaba sobre su cabeza una hoja de laurel, el símbolo de la victoria. Pero ese esclavo no iba en silencio. Repetía periódicamente, al oído del emperador, o del general, una frase: «Memento mori», recuerda que eres mortal.
Camino de la cima del Mont Ventoux cabalgaba victorioso el triunfador de los Alpes, Tadej Pogacar, que había vadeado la cordlllera que, según Henri Desgrange, puso Dios ahí para que se disputara el Tour, rodeado de su séquito; de aquellos que hasta el momento, sin llegar a su altura, han tratado de aguantar el ritmo insostenible del último ganador de la carrera, y que va camino de obtener el segundo: Richard Carapaz, Rigoberto Urán y Jonas Vingegaard. A unos pocos metros iban descolgándose, víctimas del ritmo que había puesto el Ineos, el resto de los aspirantes ya casi sin esperanza.
Pero resulta que a la altura del general triunfante se puso Vingegaard, un joven danés que viste el maillot blanco que le corresponde a Pogacar, que no da abasto y no puede vestir dos a la vez, y que descarga parte del peso de la púrpura, y no se sabe si le dijo algo antes de arrancar, pero si susurró algo al oído del campeón, en medio del bullicio de los aficionados de todas las nacionalidades, tuvo que ser un memento mori en danés, recuerda Tadej, que eres mortal, que sigues siendo de este mundo, y que todavía queda mucha carrera por delante.
No fue un gesto determinante, pero sí significativo. Por primera vez en el Tour se vio dudar al macho alfa de la carrera, el chico de 22 años que entra sonriente en la meta., También en Malaucene sonreía, pero en el segundo descenso del Mont Ventoux tuvo que echar mano de la ayuda de dos de sus rivales, Urán y Carapaz, a quienes la intromisión de Vingegaard también le fastidiaba los planes. Pero el último kilómetro del Ventoux, a quien el filósofo francés Roland Barthes describió como, «un déspota de los ciclistas, que nunca perdona a los débiles y exige un tributo injusto de sufrimiento», el lugar en el que Julio César ordenó levantar un templo en su cima dedicado a Circe, el Mistral, ese viento terrible que azota los últimos kilómetros de la subida, desarmó un poco a Pogacar, que no fue tan insensato como Ferdy Kluber a quien advirtieron:«Cuidado, que el Ventoux no es como los demás montes». «Yo tampoco soy un corredor como los demás», replicó. Esa misma noche, después de un espectacular desfallecimiento, dejó el ciclismo.
«Me rompí, eso es todo. Fue un día súper duro con este calor. Y lo estoy haciendo bien, estoy satisfecho. Hubo una gran pelea desde el principio. Y sobre todo en la segunda subida del Mont Ventoux, donde exploté al final. Vingegaard atacó y no pude seguirlo. Luego trabajé bien con Carapaz y Uran. Teníamos que mantener la calma, buscar un nuevo ritmo para llegar a la cima y luego organizarnos para el descenso.«
El ataque de Vingegaard no encontró la respuesta que se esperaba del líder, que se sintió incómodo cuando el danés apretó. Salió a su rueda, sí, pero después se dejó ir, y en la cima perdía 40 segundos. No era Jonas un rival temible por la distancia entre ambos en la clasificación, pero sí que dejó la sensación de que el líder es vulnerable y quedan las etapas de los Pirineos. Vingegaard susurro al oído de Pogacar que es mortal, y gritó a los cuatro vientos que puede ser batible. Al menos lo fue para él, aunque sucumbiera en un descenso que no parece ser su especialidad.
El equipo del corredor danés, el Jumbo, huérfano de Primoz Roglic, que sin la caída que le dejó fuera podría estar poniendo al Tour en otra dimensión, protagonizó la etapa de la doble subida al Ventoux, porque al ataque de Vingegaard hay que sumar y celebrar la victoria de Wout Van Aert, el campeón de Bélgica. Si alguna vez se preguntan qué es un corredor todoterreno, pónganle como ejemplo: en Valence fue segundo al sprint por detrás de Mark Cavendish. En Malaucene venció en solitario después de subir dos veces al Ventoux. El británico llegó a la meta a 40m40s de Van Aert.
