JON RIVAS | Enviado especial
CESENATICO (ITALIA).- «Nunca había soñado con llegar a mi pueblo con el Giro. Ni se me pasaba por la imaginación». Cesenatico es la locura, la pasión por «su» ciclista, la fiebre extrema por la corsa rosa. Es un pueblo pequeño de veraneo a orillas del Adriático, afeado por una absurda torre de apartamentos, sólo una, tipo Benidorm. Tierra de pensionistas alemanes y de paisanos triunfadores. El lunes llegó a descansar a su casa Alberto Zaccheroni, el artífice del milagro Milan, un día después de ganar el Scudetto. Ayer Zac estaba en la tribuna para recibir al gran Marco Pantani, su amigo, ese fenómeno de masas. «Estoy muy contento con él. Ha hecho una cosa grande con el Milan este año», dice el ciclista. Los piropos se reparten en ambas direcciones.
El día anterior, el campeón menudo se paseó con una camiseta rossonera y cambió su pañuelo amarillo por otro con los colores del equipo de sus amores. Y es difícil hacerle cambiar de color, pues el amarillo Tour es su preferido. Su casa, su coche, están pintados con ese tono. El maillot de su equipo también. Le costó lo suyo convencer al patrón.
Pero el dueño de Mercatone Uno está encantado. Pantani es un filón. Sus comercios facturan como nunca. Marco vende. Ya lo hacía antes de ganar el Tour y ahora aún más. Vende todo. En Cesenatico, su madre Tonina, su padre Ferdinando y su hermana Manola no dan abasto en su tienda de piadini, un híbrido entre empanada y bocadillo caliente.
Los ambulantes, legales o ilegales –«todos tienen que comer», dice la organización–, reponen cada día los pañuelos de el pirata. Se los quitan de las manos aunque están a 1.800 pesetas.
La televisión estatal RAI consigue audiencias millonarias con las etapas de montaña y los patrocinadores de la carrera se han multiplicado este año. Las bicicletas Bianchi también han ampliado su mercado desde la llegada del fenómeno Pantani. Y es que en Italia, el corredor de Cesenatico se ha convertido en un héroe. Cómo no, si fue quien rompió una racha negativa de los italianos en el Tour desde el triunfo de Gimondi en 1965. Marco es capaz de conseguir que un periódico serio como Il Giornale de Milán arranque una crónica en su primera página hablando del último secreto de el pirata: se pinta una raya negra bajo los ojos por consejo de la mujer de su masajista.
Claro que su masajista no es un cualquiera para él. Fabrizio Bora consiguió recuperarle para el ciclismo después del accidente de la Milán-Turín de 1995. El año pasado, antes de la etapa de Les Deux Alpes, le dio un masaje de dos horas en las caderas que, dicen, fue clave en su triunfo.
Ayer fue fiesta en Cesenatico. Los pensionistas alemanes parecían perplejos por la algarabía. En el Club Mágico Pantani echaban cohetes, y los directivos del Club Ciclista Fausto Coppi tomaban spumante para celebrar el regreso a casa de esa mina de oro llamada Marco Pantani.
