JON RIVAS | Enviado especial
RAPALLO (ITALIA).- Lástima por Santi Blanco, pero seguramente Richard Virenque necesitaba más la victoria y por eso ganó. «Le doy las gracias por su ayuda en la escapada». Lloraba en la meta el francés. El, tan fanfarrón en otras épocas, un buscabocas del pelotón en tiempos mejores, no podía articular palabra mientras el fiel Torrontegui le limpiaba el sudor.
Recordaba, tras la neblina que levantó el escándalo del caso Festina, un momento de gloria anterior, el último. En Megeve, el 13 de junio pasado, la sexta etapa de la Dauphiné Libéré. Entonces no lloraba. Era el ciclista fanfarrón de siempre, el chaval barriobajero sin miedo a nada. Pensaba en ganar el Tour y no lo pudo correr.
Ayer lloraba, y repartía agradecimientos. A Jalabert, «que ha estado siempre en los malos momentos. Yo también soy feliz con su maglia rosa». A Franco Polti, su patrón. -«creyó en mí»-. A los periodistas «que aquí en Italia sólo preguntan de ciclismo». Hasta al Sol, su aliado.
No piensa en venganzas. «Sólo, en seguir ganando, en el placer de la victoria».
Dice Virenque que es difícil volver a sonreír después de lo que le ha pasado en 11 meses de vértigo. Pero ayer lo hizo mientras cruzaba la meta y elevaba los dos dedos índices al cielo. Soltó la rabia.
Contó, para ganar, con la colaboración inestimable de Santiago Blanco. El corredor español le hizo gran parte del trabajo y le extendió la alfombra roja hacia la meta: «Me precipité». Y tanto.
Se habían quedado solos bajando el puerto de Malanotte. Iban Heras y Chepe González con ellos, pero el bejarano se fue a la cuneta y el colombiano tuvo que ayudarlo. Todo ello, en el final de una etapa accidentada (dos fracturas de clavícula), y cuando el Mercatone levantó el pie y dejó hacer. Antes, Sevilla también había tenido su momento de protagonismo.
