JON RIVAS | Oropa/Enviado especial
Las campanas del Santuario de Oropa tañeron por Pantani. Tocaron a gloria por el campeón. Los miles de aficionados que subieron hasta las alturas del monte sagrado aclamaron al héroe. Se volvieron locos con otra exhibición de un monstruo de las subidas. Otro ejercicio de amor propio, de clase a raudales. De ambición sin límite.
A todos ellos les dio un vuelco el corazón cuando la megafonía anunció que Pantani estaba en la cuneta arreglando una avería. Se le había salido la cadena. A ocho kilómetros de la meta, el Pirata perdía contacto con los favoritos en plena ascensión.
Con el alma en vilo siguieron las informaciones de Radio corsa. Era el mundo al revés. El pelotón delante y Pantani detrás en una subida. Los despistados se hacían cruces al ver pasar a su ídolo, acompañado por la guardia pretoriana del Mercatone. No podía ser. Delante, claro, cundió cierto desconcierto cuando vieron que el líder se abría a la derecha y paraba en la cuneta. Cuando falta el que manda siempre se produce un momentáneo desajuste en la cadena.
Pero pronto cambió la situación. Los segundos tomaron la iniciativa. Roberto Heras fue el primero en avisar. Se marchó. En el pelotón, destrozado, Jalabert y Gotti marcaban el ritmo. Jiménez se quedaba y nunca más se supo. Otra vez. Clavero no, seguía a los de delante. Como Savoldelli.
El ciclón venía por detrás. Pantani destrozó a sus compañeros en el afán por llegar arriba: «Estaba un poco desmoralizado porque la avería me dejó detrás, pero cuando empecé a sobrepasar gente volví a confiar». Piernas privilegiadas, corazón de superatleta y cerebro de campeón.
El esfuerzo fue máximo, porque Jalabert se marchó con Gotti, para alcanzar a Heras y dejarle atrás. Pero Pantani ya estaba a la vista. El milagro. En la meta, el anuncio fue acogido con un clamor estruendoso. Clavero (otra actuación notable) se pegó a su rueda mientras Jalabert descolgaba a Gotti, una rémora en el camino hacia la meta. El Pirata dejó a todos tirados. Se acercó a Jaja y le adelantó. El francés aún no sabe si por la derecha o por la izquierda. Era una bala. «Si no me aparto, me pisa». La meta le esperaba. Esta vez ni siquiera levantó los brazos. Los tifosi lo hacían por él. Y gritaban y saltaban. Las campanas ya tocaban a gloria. En honor de un campeón de verdad.
